Taco-punta, taco-punta, taco-punta... Determinemos la conducta a seguir, nos conciliemos con los fuegos y las chispas, las cejas en posición reconcentrada, los ojos mirando hacia atrás de lo que enfrentamos y la vista fija en la proyección de lo que omitimos.
Taco-punta, tac, tac, tac.
Bla, bla, bla, bla.
A continuación es indispensable planear la manera de continuar sin pensar en ella para luego caer en la abrigadora sensación de que eso es imposible, no se puede, porque es lindo y porque gusta, por eso, y patina por aquel lado la relevancia de lo demás. Es el momento de descuidar la ventana aquella, la más vieja y nuestra, la de todos, la ajena a nuestras madres y espejo de nuestros amores.
Planta, planta, planta.
Es el momento de dar el primer enfoque de lo que se viene, pero el cansancio reprimió, y adiós a lo metálico, brillante y crujiente del bronce fasciculado. Yo tampoco espero que lo entiendan pero se siente asi. Para no caer basta con balancear las manos alejandolas, y seguir esperando que no suba la humedad. Porque cada amor caquéctico representa un volumen es que pensamos que es este el modo de proceder; porque adquirir unos y cientos es solo amontonarlos ahi abajo es que preferimos colocar cada cosa en su lugar, para salvarlos de la necesidad de ruborizarse en amarillos y verdes manzana, o azules rutilantes del espejo de plata.
Punta-taco, punta-taco.
Sin levantar la mano de su hombro nos vamos, vamos descendiendo.
Entonces, yo lo pondría más claro de esta forma: (subo) Planta, planta, planta; (plano) taco-punta, taco-punta, taco-punta; (tropezamos) taco-punta, tac, tac, tac; (bajás) punta-taco, punta-taco. Sí, no encuentro razón para darle más y más decorosas vueltas como lo hicieron Uds.
Quiero advertir con intencionalidad de efecto retroactivo que todo lo anterior se resume en esta oración, y es eso hasta que alguien diga lo contrario.
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