viernes, 1 de junio de 2007

Me dijeron el milagro pero no el santo.

Mis más cordiales saludos. Me dirijo a Ud, estimada persona que está leyendo esto -lo de estimada no es verso ni chamuyo; yo tengo un gran aprecio por los seres humanos y se que aman y dañan (en la mayor parte de los casos) sin saber muy bien si lo que están haciendo es bueno o malo, porque a veces al traccionar la cuerda del arco de la flecha del amor le pegan un codazo en la cabeza a Juliancito que pasaba caminando, o en su camino la mencionada flecha se lleva volando la boina de Don Mario que justo estaba sentado en el banco de la plaza, sin jorobar a nadie- para comentarle ciertas cosas sobre nuestra vida, que quizás no notó pero ocurren.

Me gustaría que reflexionemos juntos un poco sobre ese refrán que dice: El que mucho abarca, poco aprieta. Bueno, soy una persona que ha tenido breve contacto con la literatura como tal; de que he leido, he leido, pero quizás en este sentido antepuse muy naturalmente al placer la intriga, la curiosidad y la búsqueda de respuestas a las preguntas que traen consigo los años, resultando de esto que he avanzado mucho teniendo como norte el contenido de los textos (lo que trae aparejado un placer solamente efímero) y pocas veces me he detenido en eso que es la forma, algo sobre lo que los artistas podrán teorizar mucho más que yo. Asi también he tomado contacto con menos libros de los que quisiera, por haber desarrollado una especie de sentido que me orienta más hacia la diversidad de géneros, que a la variedad de confecciones: todo es tela, y tengo la tendencia (la tendencia) a pensar que un saco es un saco sin importar si lo hizo Philippe Comechingogne o Jean Zeng (y se que los diseñadores no estarían indignados de cruzarse alguien como yo). Y este preámbulo me sirve más a mi que a Ud., lector.

Ahora me pongo nostálgico porque entro un poco al terreno de lo vocacional, recordando primero que de acuerdo al saber popular las vocaciones son cuatro: cura, médico/a, enfermero/a y militar, aunque yo creo que esto no es tan asi y que todas las profesiones y oficios pueden desempeñarse con o sin vocación, y voy a referirme a esa gente que triunfa rotundamente en lo que hace, se lleva todo, se lleva los laureles, los oréganos y los tomillos, las flores, los bombones, todo se lleva. Escuché que todo depende de la vara con que se mida; quisiera saber en qué medida ese triunfo en su profesión se hace presente en todos los otros terrenos de una persona que excluyen al profesional, con su vara correspondiente en el caso de que haya sido fabricada, como ser la vida familiar, la relación de pareja, de amigos y vecinos, el éxito en la quiniela, en la crianza de un hijo, Ud. diganme. Está claro que toda victoria trae aparejada sus correspondientes pérdidas y que el éxito suele valerlo, y que el Welfare State, y que Platón, por qué no Maquiavelo y todo lo que se les ocurra, pero el triunfar en un aspecto de nuestras vidas se paga ¿con qué se paga? con moneda local, Visa, Mastercard, la tarjeta de Sacoa, u$s 1 = a $ 1.40 + CER, no vendría al caso pero viene, se paga con un poco de indiferencia hacia todo lo otro que forma parte de nuestras vidas, la familia, jugar con el perro: se paga con la Moneda standard terrícola, tiempo (tiempo = dinero, algunos dicen que se encontró esto tallado en la pared de ladrillos de un cobertizo al fondo de la casa de Newton, pero han dicho tantas cosas.) ¿Vale la pena esto? Eso va a depender de qué significa éxito para Ud.

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