viernes, 18 de abril de 2008

Requiem de nuestros viejos capullos


No voy a obviar el hecho de que, si lo pensamos detenidamente, la aceptación de lo que no comprendemos es la llave a las puertas de la mediocridad, no únicamente en el sentido peyorativo sino desde el dintel hasta el piso, y me gustaría que, de momento, se dejen de lado las comparaciones ultraístas y planteos del tipo cabeza de ratón vs. cola de león para que se me permita dilucidar aquí algunos aspectos que tienen que ver con el grupo.
¿Qué o quién es el mini-mal? ¿por qué nos oponemos a él? ¿Cómo encarar una definición próxima al verdadero mini-mal?
¿No es acaso todo hombre mini-mal hijo del rigor innecesario que el cemento le impone a su alguna vez rutilante verde? y sí que lo fue, allá por aquellos días cepia que sólo escaparon a la era google earth por una diferencia de monedas, si hablamos en términos geoevolutivos. La escuela del hombre mini-mal no es claramente la del superviviente ni la del suicida dialéctico, no sólo porque ya he caminado entre sus filas sino por la insolente refracción que ofrece a la disputa, y por su coherente manejo de la excusa, quedando siempre arrinconado por sus semejantes y a la vez siendo ovacionado por los justos, que siempre dejarán de lado sus pudores y fuegüitos con tal de levantar su propia condición y fomentar el abrigo social y perdón biológico -o más estrictamente: ecológico- a una especie que raya los límites de la bondad, y sin embargo solamente se sirve de ella para hacer gala de una estática apañada por la circunstancia y el vértigo de la integración.
¿Habremos mojado insuficientes almohadas, llorado y pataleado como un grupo torpe para no recibir más que subsidios de las nubes y sólo hasta que sube cada agosto? Porque no me empieza a parecer todo desagradable, y nótese que la nuestra no es una oposicón violenta. Los recursos inagotables de la esperanza suelen bastarnos para seguir sin temores, habiendo caído tiempo atrás en la cuenta de que nuestro inicial reclamo al mini-mal no llegó a idiotizarnos por completo, que muchas veces nos servimos de un poder refractario similar al suyo, y que partiendo nuestra existencia colectiva de una simple negación, iniciamos más que una recolección una ofrenda que partió de cero. No podemos definir a un ser tan polémica y certeramente entremezclado con la ciudad, porque el antagonismo antemencionado que atraviesa nuestro plano desde abajo nos dejaría más expuestos-en que desnudos-de argumento. Sí, se entorpecería nuestro andar y no llegaríamos muy lejos antes de acabar el año.
De un día para el otro se nos hizo insuficiente justificar cada situación con apelaciones biológicas que cada vez alcanzan menos en el mundo al que nos llevaron textos aparecidos décadas atrás y puestos a nuestro alcance casi desesperadamente, antes de caducar bajo el acopio de los amarillos estridentes y las giocondas de las tapas, mundo al que no sentimos que debemos ningún tipo de militancia y al que dirigimos una admiración sincera y libre de parentezcos de hecho. Las dichas apelaciones biológicas nos sirvieron en algún momento como refugio a la insoportable angustia de la inminente exclusión social del nivel pequeño, que marcó de una forma u otra a los miembros fundadores de este grupo abierto que esperamos florezca y mute hasta que sean olvidados sus orígenes, es nuestro deseo. Luego decantaron en apelaciones lógicas, que no resultan ser, vistas desde aquí hoy, más que racionalizaciones como mecanismo de defensa, y con todo esto estoy tratando de sentenciar sin más rodeos que en este blog nos oponemos a nuestro pasado, puesto que fuimos mini-mal.
El exceso de tolerancia provocó inmunerables veces que nos avocásemos a nuestro propio y único bien, con el gran contrasentido que esto implica, pues una consideración biológica (tan exclusiva y ontognomónica del hombre mini-mal) no puede olvidar el perjuicio retroalimentario que una conducta egoista de este tipo puede traer a su ejecutor: si nos preocupamos por nosotros mismos, peligra el resto de los de nuestra especie, y como nuestra naturaleza social nos impide sobrevivir sin otros, la perspectiva egoista mini-mal es escupir hacia arriba, luego nos pega en la frente.
Ahora, si fuimos mini-mal, ¿no estamos traicionando a nuestro pasado en oponermos a lo que fuimos? esto no nos inquieta ni incomoda, el grupo AyA no suele sufrir por errores de tipo doctrinario ni aborda consideraciones sobre contrasentidos de lineamiento en épocas pasadas, puesto que nada en realidad es un contrasentido si estamos en este presente y no nos abandonó la preocupación por la vida, eso nos basta como prueba de la genuinidad y eficiencia de nuestro proceder, además, la cadena de afirmaciones que partieron del quiebre mini-mal/anti-mini-mal siempre intentó avanzar en un sentido dialéctico positivo y evitar el desaceleramiento en la búsqueda de claridad, con cuestionamientos de fondo ciego que, al fin y al cabo, llevaron a la misma aparición -tiempo atrás- del ultratolerante, ultraperdonante, y ultrarrazonante mundo mini-mal.
¿Existen todavía individuos de esta especie? los hay y muchos, y quizás son parte necesaria de un mundo como el actual, pero lo bueno de su extinción es que no sería tal, sino que sería una mutación, ya que el duro capullo que ellos presentan a la realidad esconde maravillosas mariposas en su interior, que se niegan sin razón aparente al mundo exterior, a esparcir con su aleteo el polen de la vida; paradojas que abundan en la naturaleza.
Expuestos estos términos, y aclarando que si es que entramos en la categoría de mariposas, todavía estamos imposibilitados para volar (y adviértase que no dije "imposibilitadas") y que ardemos en ansias de poder hacerlo un día, esperamos continuar avanzando en nuestro camino, sin más planteos de este tipo, pero tampoco nos parecía una buena idea hacernos los boludos, y decir: yo del mini-mal no hablo.





Rogelio Vindicio Ferreyra*





*con colaboración de Míntor A. Bermúdez.

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